miércoles, 16 de marzo de 2016

ENTRETEJIENDO LA RELACIÓN ENTRE TEORÍA (VARJAL "2007", CRUZ "2010", FERNANDES "2005" Y ZABALA "1998") Y PRÁCTICA (PELÍCULA "ESCRITORES DE LA LIBERTAD, 2007 - RICHARD LA GRAVENESE) DE LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE. 


JONATHAN RODRÍGUEZ CAMACHO[1]


Como se plantea en este título, este texto tiene como propósito establecer una relación entre la teoría discutida en torno a la evaluación del aprendizaje; tomando como base los referentes teóricos: Fernandes (De los Fundamentos y de las Practicas, 2005); Cruz (Evaluación del Aprendizaje: Procesos de Acompañamiento y Practicas Propositivas, 2010); Zabala (La Evaluación. La Practica Educativa: Como Enseñar, 1998); y Varjal (Evaluación de los Aprendizajes en la Escuela Inclusiva, 2007) y tomando la experiencia de ver la película “Los Escritores de la Libertad, 2007– Richard La Gravenese”. El desarrollo del texto consiste en entretejer o relacionar cuestiones resaltadas en la película, a la luz de los referentes teóricos, que se encargan de explicar y comprender el acontecer de dichos hechos presentados a lo largo de la película.

La película se ubica dentro de un contexto social, político, económico, histórico y cultural[2]; relata la experiencia de una profesora que inicia su proceso de enseñanza-aprendizaje, motivada por su padre (político), quien desarrollo el Programa de Integración en las escuelas públicas de los Estados Unidos, programa que tiene por objetivo juntar estudiantes de estratos socioeconómicos decadentes, con problemas de drogadicción y vandalismo; con estudiantes “normales” de una condición menos precaria; cuestión paradójica, ya que en la Institución estos estudiantes son separados en aulas distintas (curso básico “atrasados” – curso completo “avanzados”); como lo plantea Elizabeth Varjal (2007), citando a Peter Mittler (2003):

“La inclusión implica una reforma radical en las escuelas en términos de currículo, evaluación, pedagogía y formas de agrupamiento de los estudiantes en las actividades de aula de clase. Ella es basada en un sistema de valores que hace como que todos se sientan bienvenidos a celebrar la diversidad que tiene como base el género, la nacionalidad, la raza, el lenguaje de origen, el social, el nivel de adquisición educacional o el de la deficiencia” (Varjal, 2007; de Mittler, 2003).

Podemos ver entonces como en esta Institución Educativa, la inclusión programa diseñado para excluir antes que para integrar, no era llevada a cabo de la mejor forma, ya que se seguían legitimando prácticas de segregación y no de inclusión, cuestión que va encontrar la profesora en el desarrollo de sus actividades y que en muchas ocasiones va a impedir o va a dificultar el desarrollo de su propuesta[3]. La profesora llega a la escuela y se presenta ante la coordinadora, quien le cuenta de manera detallada, las condiciones de los estudiantes, el prontuario delictivo y disciplinar de la clase, de entrada hay una predisposición por parte de la coordinadora[4] con la profesora, quien decide asumir el reto. Surge entonces la pregunta por la forma en que estos alumnos son considerados “burros” o atrasados y merecedores de una educación básica, lo que puede tener sustento en el Paradigma Behaviorista y en la evaluación como medida; con relación al paradigma Behaviorista, Cruz Fátima (2010) nos señala que:

“El Paradigma Behaviorista funda su concepción teórica en una matriz positivista, a partir de la objetividad, fue influenciada por la psicología asociacionista que analiza la sociedad semejante a la naturaleza y cuya armonía es considerada plausible. Demarca un requisito de cientificidad que solo sería válido de lo que fuese resultante del proceso de observación, verificación y experimentación. Los aprendizajes fueron interpretados por mucho tiempo como independientes de la situación de enseñanza, y la evaluación en esta lógica permite que la medida indique la clasificación en el interior de las salas de aula según el desempeño formal y puntual de los estudiantes, siendo conferida a la descripción a través de actividades de verificación debidamente puntuadas como una notación que ellos atribuían” (Fátima, 2010. Pág. 137-138).

Por otro lado, pero siguiendo la misma línea, Domingos Fernandes (2005) señala la evaluación como una medida, la evaluación como una cuestión meramente técnica, que a través de unos test bien construidos permitía medir con rigor y excepción los aprendizajes escolares de los estudiantes. Con relación a este punto de discusión, Varjal (2007) señala dos conceptos importantes, la función selectiva y la función clasificatoria y con relación a estos dos términos plantea:

“La función selectiva de la evaluación solo tienen utilidad en contextos de disputa o de competencia cuando los aprendizajes de los candidatos son evaluados para fines de provisión de puestos o para concepciones de certificación y la función clasificatoria se encarga de ordenar a los candidatos por orden creciente de cualidades en función del número de puestos” (Varjal, 2007. Pág. 10).

En el caso anteriormente citado, se puede ver como la Institución Educativa, se encarga de seleccionar y clasificar a los estudiantes, dependiendo de sus condiciones sociales, conceptuales y hasta económicas, en la medida en que distingue la clase de “Educación Básica” y la clase de “Educación Avanzada”, evidenciando un proceso de la evaluación más Institucional, que no implica un reconocimiento verdadero de las capacidades de los estudiantes, partiendo desde una visión positivista.

A la profesora le es asignado el curso básico (atrasados), para encargarse de la dirección de ese grupo; en este grupo se encuentran diversos tipos de estudiantes, con características muy distintas e historias de vida complejas; como se mencionó anteriormente la mayoría de ellos con problemas socioeconómicos grandes, con tendencias al consumo de drogas, al vandalismo y pertenecientes a grupos como los (Gánster), criminales de carrera que en cierto momento se convierten casi invariablemente en miembro de una organización criminal violenta y persistente, también conocidos como “pandillas”; la mayoría de estos estudiantes han pasado por reformatorios.

La película centra en ciertas ocasiones su mirada en la historia de vida de una estudiante, llamada Eva[5], la cual desde muy niña estuvo expuesta a la violencia de las pandillas, su padre fue metido a la cárcel cuando ella era apenas una niña. La profesora inicia entonces su travesía por esta escuela y experimenta en su primer día de clases, el desaliento y la desilusión, ya que se da cuenta del ambiente pesado que se entreteje entre estos estudiantes cargados de tanto rencor, odio, violencia e injusticia; en su primer día de clase hay un acto de violencia por parte de dos estudiantes que inician una pelea en plena aula, se puede ver como uno de estos estudiantes esta armado y como los demás estudiantes incitan el acto de violencia, convierten la escuela y el aula de clases en un campo de batalla, en el cual la profesora se siente desorientada y no sabe qué hacer, al ver la gravedad del asunto intenta pedir ayuda, pero parece que nadie responde a aquel llamado.

La profesora al siguiente de clases, intenta desarrollar su propuesta metodológica de la misma forma como había sido pensada, comienza su clase magistral y pide a una estudiante que lea la información que ella escribió en el tablero, la estudiante se niega a leer lo que está en el tablero, hasta que por fin lo lee; en el proceso de esa lectura comienza a rotar un papel con una caricatura de un “negro”, burlándose de la raza y de la diversidad; por lo que la profesora inicia una discusión en el aula de clase y trae a colación lo acontecido en el día anterior, tratando de buscar respuesta a aquello que había sucedido y a lo que estaba aconteciendo; se inicia pues un debate desgastante para los estudiantes y la profesora, en el que se puede ver las condiciones de vida tan duras que llevan los estudiantes; la profesora compara lo acontecido con el nazismo, el genocidio nazi y la propaganda en la que se establecía la superioridad de la raza, por medio de la burla a lo diferente. En el debate la profesora logra reconocer el desconocimiento por parte de la mayoría de los estudiantes de este tema.

La profesora inicia pues una revisión de su propuesta pedagógica e intenta mudar la relación que va a asumir con sus estudiantes. Comienza con una actividad que le permite realizar la conocida evaluación diagnostica o evaluación inicial, la actividad consiste en trazar una línea roja en la mitad del aula de clases y ubicar de lado a lado de la línea a los estudiantes; por medio de una serie de preguntas, pensadas y focalizadas en descubrir la experiencia de los estudiantes, sus contextos y las realidades a los que ellos están expuestos; como lo plantea Antoni Zabala (1998):

“La primera necesidad del educador es responder a las preguntas: que saben los alumnos en relación a lo que quiero enseñar? Que experiencias tuvieron? Lo que son capaces de aprender? Cuáles son sus intereses? Cuáles son sus estilos de aprendizaje? En este marco de evaluación ya no puede ser estática, de análisis de resultados, porque se torna un proceso. Y una de las primeras fases del proceso consiste en conocer lo que cada uno de los estudiantes sabe, sabe hacer y es, y lo que puede llegar a saber, saber hacer o saber ser, y como aprende lo que la evaluación es un proceso en que su primera fase se denomina evaluación inicial” (Zabala, 1998. Pág. 1998).

Podemos ver como Zabala (1998), presenta la evaluación inicial como ese punto en que el docente debe cuestionarse sobre los saberes preexistentes de los estudiantes, todo su bagaje conceptual, experimental y su relación con el entorno y la sociedad, cuestionarse sobre sus preferencias, sus formas de aprender, para buscar detectar potencialidades y falencias, en la medida en que se pueden potencializar o superar con el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje. Elizabeth Varjal (2007) hace referencia a una función diagnostica, como se puede ver en la siguiente cita:

“La función diagnostica consiste en verificar el perfil inicial del estudiante o del grupo para establecer indicadores diagnósticos que son los que describen el conjunto de cualidades de los aprendizajes verificados al inicio del proceso evaluativo, teniendo como parámetro de compatibilidad de los indicadores y de las expectativas. Estos indicadores son los que describen los aprendizajes esperados en función de los conocimientos, procedimientos y actitudes que precisan ser construidos a lo largo de una serie o de un clico. La utilidad de situar a los estudiantes en los padrones nacionales e internacionales” (Varjal, 2007. Pág. 6).

Vemos como Zabala (1998) y Varjal (2007), describen la evaluación inicial o función diagnóstico, lo que ayuda a comprender desde el punto de vista teórico la acción llevada a cabo por parte de la profesora con los estudiantes, intentando reconocer su contexto, sus formas de aprendizaje, sus formas de relacionarse, las falencias y las potencialidades de cada uno de ellos, llevada a cabo por medio de un ejercicio lúdico que posibilito este reconocimiento, dejando claro que la evaluación diagnostico no necesariamente es una prueba escrita de conocimientos, puede ser un ejercicio lúdico, dinámico y didáctico que permita reconocer dichas cuestiones de interés para el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Entonces la profesora, ya con una evaluación inicial/diagnostica comienza a mudar el currículo y la metodología, modifica la forma de relacionarse con sus estudiantes, genera una práctica reflexiva[6], por ende cambia su forma de evaluación, reconoce en el estudiante un ser activo, cargado de historia, sentimientos y experiencias; modifica cuestiones que ella ya tenía previamente planeada, pero que la evaluación diagnostica hace mudar. La profesora decide comenzar un proceso que permita a los estudiantes contar sus historias de vida, por medio de un diario, donde el estudiante tiene la posibilidad de contar todo lo que él quiera, sin seguir ningún padrón o modelo y esas historias de vida poder relacionarlas con el holocausto nazi y en especial con la historia de vida que relata “El diario de Ana Frank”; esta actividad le permite a los estudiantes reconocerse como actores o sujetos sociales, al darle la posibilidad de contar su propia historia, relacionándolo con un tema de interés de la clase, tema que afecta a todos los estudiantes en mayor o menor medida.

Cuando la profesora intenta pedir la ayuda institucional esta le es negada, la biblioteca tiene el material, pero la escuela no lo presta a los estudiantes de curso básico, argumentando que estos lo pueden dañar o que el tema no es de interés para los estudiantes[7]. La profesora continua con su lucha y asume su responsabilidad, sigue adelante a pesar de los impedimentos institucionales, en la construcción de una mejor escuela que integre a estos estudiantes y que los haga participes de su propio proceso de educacional; la profesora consigue el material por cuenta propia, ella se deja tocar por sus estudiantes y por medio de los diarios comprende las realidades de esos estudiantes, esta es otra forma de evaluación diagnostica o inicial.

Por todo lo anterior, se presupone que la profesora en el desarrollo de su proceso de evaluación, desarrollara las funciones de la evaluación descriptas por Varjal (2007): función prognostica, la función formativa “reguladora, comunicativa, orientadora y negociadora, y eso la llevara a la función sumativa o como la define Zabala (1998) evaluación final; como se explicara a continuación:

“Función prognostica: prescribe indicadores prognosticos que son los que describen las posibilidades de aprendizaje de los estudiantes en una serie o en un ciclo en términos de aproximación a los indicadores de expectativa a partir de los indicadores diagnósticos” (Varjal, 2007. Pág. 7).

(La profesora establece una serie de indicadores, a partir de la evaluación diagnóstico, que le permitan estar revisando en una evaluación continua el proceso de aprendizaje, en tanto avances y retrocesos de los estudiantes).

“Función Formativa: permite evaluar procesos con finalidades de formación y mejoría. Función Reguladora: regula los aprendizajes de los alumnos, regulación de actividades y favorece la regulación de los aprendizajes. Función Comunicativa: torna transparente el proceso, posibilita dar retorno al estudiante a través de la información de proceso, estimulándolo a construir y asumir autonomía. Función Orientadora: orienta a los estudiantes en el desenvolvimiento de su proceso de formación. Función Negociadora: dar valor a las acciones pedagógicas, función de intereses, necesidades y motivaciones” (Varjal, 2007. Pág. 7-8).

(La profesora desarrolla este tipo de evaluaciones con sus estudiantes, al darles un papel protagónico en su proceso de construcción del aprendizaje y al cargarlos de valor y hacerlos visibles dentro de la escuela, seguida por la experiencia y la educación significativa; en esta medida ella por medio de un proceso continuo de evaluación “evaluación formativa”, genera regulaciones, comunicaciones, orientaciones y negociaciones, en compañía de sus estudiantes).

“Función sumativa: es aquella evaluación que toma todas las anteriores y evalúa los resultados “verificadora”, esto le permite tomar medidas a largo plazo” (Varjal, 2007. Pág. 8).

“Evaluación Final o Integradora: conocimiento de los resultados obtenidos y el análisis de los procesos que los alumnos siguieron” (Zabala, 1998. Pág. 201).

(Después de haber seguido un proceso de evaluación continua, la profesora analiza los resultados finales de los estudiantes, lo que le permite planear las formas de evaluación a emplear, los métodos y técnicas a emplear con los estudiantes, para que estos tengan un aprendizaje significativo).

Se podría plantear que la profesora desarrolla una evaluación formativa alternativa, como lo explica Domingos Fernandes (2005): “evaluación que se basa en principios que parten del cognitivismo, el constructivismo, la psicología social y de las teorías socioculturales y sociocognitivas. Se trata de una evaluación más humanizada, más situada en los contextos vividos por los profesores y los estudiantes, más centrada en la regulación y la mejoría de los aprendizajes, más participativa, más transparente e integradora en los procesos de enseñanza-aprendizaje. O sea una evaluación que es eminentemente formativa en sus formas y sus contenidos” (Fernandes. 2005. Pág. 63). Vemos como en el desarrollo de la película la profesora procura llevar a sus estudiantes a vivenciar procesos más constructivos y de relacionamiento más humano, pasa a interesarse más en la práctica que en la teoría y consigue por medio de experiencias significativas que los estudiantes construyan un proceso de enseñanza-aprendizaje más humano, permitiéndoles incluso la autoevaluación de su proceso de formación. Por tanto, esta película permite ver a luz de unos referentes teóricos cuestiones tan interesantes con relación a la evaluación en los procesos de enseñanza-aprendizaje.


Referencias Bibliográficas.


Fernandes, Domingos. De los Fundamentos y de las Prácticas. De la Evaluación como medida a la Evaluación Alternativa (AFA). En: Evaluación de los aprendizajes: desafíos a las teorías, prácticas y políticas. Lisboa: Texto-Editores, 2005.

LaGravenese, R. (Dirección). (2007). Escritores de la libertad [Película].

Cruz, Fátima María Leite. Evaluación de los aprendizajes: procesos de acompañamiento y prácticas propositivas. En: (org). Teorías y Prácticas en Evaluación. Recife: Ed. Universitaria, 2010.

Varjal, Elizabeth. Evaluación de los Aprendizajes en la Escuela Inclusiva. En: Palestra proferida durante la Conferencia Municipal de Educación de Moreno. Pernambuco: 2007.

Zabala, Antonio. La Evaluación. La práctica educativa: como enseñar. Porto Alegre: Artmed, 1998. Pág. 195-221.




[1] Estudiante de Octavo Semestre, de Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales – Universidad del Valle (Cali-Colombia). 
[2] “La evaluación no se puede desligar de los contextos históricos y sociales, de los propósitos que se pretenden alcanzar y de las convicciones filosóficas de las cuales tienen algo que ver con las concepciones del desenvolvimiento y la concretización de las evaluaciones” (Domingos, Fernandes. 2005. Pág. 55).
[3] “Las políticas inclusivas deben ser un compromiso de todos: de los educadores, a través del ejercicio profesional competente; de los gestores públicos, promoviendo y construyendo la transparencia de los proyectos político-pedagógicos del gobierno municipal vía debates públicos; y de la sociedad, a través de la participación social efectiva” (Varjal, 2007. Pág. 1)
[4] Coordinadora: “Es mejor que no use esos aretes en el aula de clase, se los pueden robar profesora”.
[5] Eva: “Cuando usted muere con respeto, muere por su gente”.
[6] “Una reflexión sobre la practica evaluativa de la escuela inclusiva trae contribuciones relevantes a los profesores, que tienen el compromiso profesional. Evaluar bien y con justicia nos imprime una inmensa responsabilidad y moviliza en nosotros, profesores-evaluadores, saberes y compromisos ético-político-pedagógicos no siempre disponibles y consolidados en nuestra formación y trayectoria profesional” (Varjal, 2007. Pág. 1).
“Es necesaria la reflexión sobre la práctica, como una de las actividades que tan bien debe caracterizar a los profesionales de la educación y que en la actualidad surge una atención distinta en relación a los procesos evaluativos” (Cruz, 2010. Pág. 134).
[7] Para que la política de integración si el mismo sistema se encarga de eliminar, segregar y separar a los estudiantes. Es innegable la relación política y educación, dicha relación debe garantizar las posibilidades de integración de dichos estudiantes y debe brindar de herramientas a la escuela, la política debe ser mejor pensada en su relación con la escuela.

martes, 15 de marzo de 2016


A SUBJETIVIDADE DO PROFESSOR NO PROCESSO DE AVALIAÇÃO DA APRENDIZAGEM.

LA SUBJETIVIDAD DEL PROFESOR EN EL PROCESO DE EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE.


JONATHAN RODRÍGUEZ CAMACHO[1]


El mundo no es. El mundo está siendo. Mi papel en el mundo, como subjetividad curiosa, inteligente, interferidora en la objetividad con que dialécticamente me relaciono, no es sólo el de quien constata lo que ocurre sino también el de quien interviene como sujeto de ocurrencias (Freire, 1996).


Para darle desarrollo a este tema, es importante mencionar que la subjetividad es entendida en este trabajo como la propiedad de las percepciones, argumentos y lenguajes basados en el punto de vista del sujeto, el cual tiene unos intereses y deseos propios; mientras que la objetividad es entendida como la cualidad de lo objetivo, esta es independiente de la propia manera de pensar o sentir que puede tener un sujeto (Ramírez, 2013). Como lo plantea Pereira (2007) citando a Clot (1995), es preciso concebir la subjetividad siempre ligada a una actividad y pensarla como un “encajamiento de valores del sujeto en la actividad”:

La subjetividad, se si quisiéramos entenderla –en una primera aproximación- es el encajamiento de valores de un sujeto en su actividad, es el objeto de solicitaciones diversas, por tanto fuertemente convergentes. Es vista también como el universo del sentido, no perdiendo de vista que ese sentido no es puro, más siempre sentido de alguna cosa (Clot, 1995).

La subjetividad puede ser explicitada en el encajamiento de acciones y valores del sujeto en las actividades realizadas, manifestándose en situaciones de trabajo por los sentidos que los sujetos en ellas colocan (Pereira, 2007).

Después de entender esta concepción inicial de subjetividad, intentamos relación esta con el proceso de evaluación, para esto Basterrechea (2013), nos plantea que la construcción de imaginarios al ingresar a un campo (evaluación del aprendizaje en procesos de enseñanza-aprendizaje), lo cual es el resultado de múltiples procesos, individuales y colectivos, donde las huellas de otros, en sus múltiples maneras de transitarlo, le dan en el presente, una textura particular. Los profesores con sus propias teorías acerca de por qué ocurren las cosas en las aulas, con sus ideas acerca de lo que es un buen alumno y las imágenes que ha construido sobre los estudiantes concretos con quien trabaja; con sus modos de enseñar, sus disciplinas, aprendiendo como alumno y reconstruidos en su propia práctica, es lo que está circulando constantemente en los procesos de enseñanza aprendizaje, donde los sujetos establecen relaciones de subjetividad, como lo plantea Basterrechea (2013), cuando se refiere al proceso de enseñanza aprendizaje y en relación a la los procesos de evaluación del aprendizaje:

Emergen las propias convicciones, puntos de vista, posturas teóricas personales referidas a su área de conocimiento que van a influir en el modo particular en que cada profesor piense la “transposición didáctica”, el itinerario del “saber sabio” al “saber enseñado”  (Basterrechea, 2013).
  
Después de intentar comprender la forma en que este trabajo aborda la subjetividad, pasamos a ver que nuestro tema de interés son los procesos de enseñanza-aprendizaje y en ellos focalizamos los procesos de evaluación del aprendizaje, donde están vinculados distintos tipos de sujetos “diversidad” y se caracterizan por ser procesos donde la subjetividad y la objetividad convergen, como lo plantea Alvarado (2006):

Se debe reconocer entonces, la naturaleza subjetiva de la enseñanza en el proceso de evaluación del profesorado. La fuente de dicha subjetividad debería observarse de inmediato, es difícil conseguir un sistema de evaluación objetivo en la educación, porque la enseñanza no es simplemente la aplicación técnica de un conjunto de procedimientos, claramente definidos hoy en día para actuar ante problemas claros y predecibles (Alvarado, 2006).

La subjetividad del docente se manifiesta de manera constante en el desarrollo de los procesos de evaluación de los aprendizajes escolares, ésta se hace presente cuando el profesor debe tomar ciertas decisiones al respecto, tales como, la definición de las tareas de aprendizaje, la designación de los criterios, el diseño de instrumentos para la evaluación, así como la asignación del puntaje para calificar y valorar el desempeño de los estudiantes (Ramírez, 2013).

Vemos entonces como Alvarado (2006) y Ramírez (2013) colocan la cuestión de la subjetividad en el desarrollo del ejercicio docente en un proceso de enseñanza aprendizaje, de alguna manera u otra desmitificando la objetividad de este tipo de procesos y reconociendo la subjetividad implícita en ellos, vista como un proceso natural, resaltan que la enseñanza no es una técnica “receta” de un conjunto de procedimientos delimitados y definidos. La escuela, los profesores, algunos teóricos y las instituciones se han encargado de negar la existencia de la subjetividad en los procesos de evaluación, como lo muestra Ramírez (2013) tratando de desnaturalizar el mito de la subjetividad en los procesos de evaluación:

Históricamente los modelos de evaluación de los aprendizajes se han caracterizado por rechazar o intentar reducir al mínimo la subjetividad de sus actores. Sin embargo, la descalificación de la subjetividad no ha logrado su supresión, por el contrario, ha creado un malestar respecto a la veracidad de los resultados de la evaluación (Ramírez, 2013).

Los criterios, procedimientos e instrumentos que han decidido utilizar para la evaluación, han sido determinados por la formación del docente y los sentidos y significados que ha creado en torno a su asignatura (Ramírez, 2013).

Vemos como la subjetividad surge a lo largo del proceso de enseñanza aprendizaje; esta al estar vinculada a un proceso que incluye sujetos está expuesto a grandes cambios y transformaciones constantes, no es estático y mucho menos homogéneo, es por eso que la evaluación como uno de esos procesos debe reconocer la diversidad de contextos escolares y sociales, como lo plantea Hadji (2001):  

La especialización profesional es un juzgamiento en parte aleatorio, ese juzgamiento es siempre infiltrado por elementos provenientes de contextos escolares y sociales, desde la carga y la dimensión emocional debido a la presencia efectiva de los alumnos (en aula o en una prueba oral), hasta las representaciones de los alumnos (o modelo de buen alumno) o de los sistemas escolares durante la corrección de un trabajo anónimo, o de un consejo de clase. El juzgamiento profesoral ignora, en general, que se basa en parte en una representación construida del alumno y en convicciones intimas que nada tienen de científicas! Las practicas evaluativas de los profesores son orientadas por “una historia escolar y social singular” (Hadji, 2001).

Una práctica reflexiva y al mismo tiempo profesionalizadora, trata de remover aquellos obstáculos que se interponen en la consecución de los valores educativos bajo los que organiza su práctica, por los que planifica y desarrolla un determinado currículo. Esto implica que tanto docentes como estudiantes son participantes activos en la construcción de significados de lo que acontece en el aula y en la generación de nuevas prácticas reflexivas (Basterrechea, 2013). Cabe resaltar que la evaluación es parte integrante del proceso de interacción que se desarrolla entre profesor y alumno. No es una función didáctica más, yuxtapuesta a las funciones correlativas de enseñanza y aprendizaje, sino que, por el contrario, se estructura con ellas a la manera de un mecanismo interno de control (Camilloni, 1998). Reconocemos entonces una troca de subjetividades como lo referencia Basterrechea (2013):

En el momento de la evaluación la subjetividad de alumnos y de docentes aparecen, y se confunde a veces la evaluación del producto que el alumno ha diseñado, como evaluación de la interioridad del autor; y en caso del docente, como proyección de sus propias falencias como sujeto de enseñanza (Basterrechea, 2013).

Toda acción de evaluación se asienta sobre tres bases: información recogida en relación con un conocimiento, atributo o aprendizaje; una forma de medir que consideramos apropiada para interpretar mejor esa información; algún tipo de juicio de valor que construimos acerca de esa información (Camilloni, 1998).

Apreciar, estimar, atribuir valor o juzgar han sido los conceptos que más se asocian a la evaluación, sin embargo, en el campo de la evaluación de los aprendizajes, está siempre estuvo relacionada con procesos de medición de los mismos, la acreditación o la certificación, y rara vez con las dificultades presentadas por el estudiantes en su proceso de aprendizaje o con la necesidad de replantear estrategias de enseñanza e incluso con el rediseño completo de un programa de estudios (Litwin, 1998). La suposición de la que parten estas evaluaciones consiste en señalar que es posible medir los aprendizajes en el mismo momento que ocurren o dentro de un curso escolar y que, para ello, es útil recurrir a la creación de situaciones e instrumentos formalizados en las que la medición puede ser realizada (Ramírez, 2013).

De manera general se aceptó entre los docentes que la acción de evaluar resulta válida, entre otras cosas, para estimar el grado de cumplimiento de los propósitos previstos para una clase, un tema o una asignatura (Ramírez, 2013). La errónea identificación medición-evaluación lleva en la práctica pedagógica a una confusión de los instrumentos de ambas. La «objetividad técnica» solo se logra cuando se dispone de un instrumento de calificación imparcialmente aplicado. Es evidente que sólo algunas de las conductas del dominio cognitivo (conocimiento de hechos específicos, de clasificaciones y categorías, etc.) pueden «medirse» a través de pruebas objetivas de rendimiento escolar. Pero los otros ámbitos de conductas (psicomotriz y afectivo) e incluso las categorías superiores de ámbito cognitivo (ej.: comprensión, interpretación, extrapolación, análisis de los principios de organización, etc.), exigen por su naturaleza compleja instrumentos de evaluación diferentes (Martínez, 2005).

La neutralidad en la evaluación, buscada y defendida desde posiciones positivistas y cientificista de la educación, constituye una problemática, principalmente por sus implicaciones metodológicas. La exclusión de aspectos o dimensiones del objeto a evaluar, por su dificultad para ser operacionalizado y constatado “objetivamente”; la sobrestimación de determinados instrumentos y técnicas, y la subvaloración de otras; la no consideración de fuentes y agentes de evaluación (como el propio sujeto) de vital importancia son, entre otras, consecuencias de esta visión que afectan la práctica evaluativa y sus resultados. Esta visión expresa una concepción limitada de la evaluación (González, 2000).

Como lo plantea Méndez (2003) la evaluación que vincula los conceptos de objetividad, validez, verdad. hecho y teoría; utilizados de este modo tan rudimentario y tal como se practica en la mayoría de las ocasiones, con este tipo de instrumentos apenas se valora si los alumnos son buenos receptores y buenos memorizadores, pero nunca si son críticos o creadores, si son capaces de aplicar los conocimientos que adquieren y cómo los dominan (Méndez, 2003). Por una parte están los que intentan dirigir su acción evaluativa desde la perspectiva de la objetividad, construyendo modelos de evaluación que miden conductas y los contenidos declarativos adquiridos por los estudiantes, rechazando por completo los procesos subjetivos que intervienen en su práctica.

Le siguen aquellos profesor es que rechazan la existencia de objetividad en los procesos evaluativos, sin embargo, justifican sus modelos de evaluación al intentar reducir su subjetividad al mínimo, se vuelven escrupulosos en la definición y puntaje de los criterios de evaluación para intentar generar en los estudiantes una sensación de satisfacción al conocer el origen a detalle de la calificación que han obtenido. A pesar de esto, en el fondo la subjetividad ha impregnado todo el proceso, ya que son los mismos profesores los que han decidido cuáles son los criterios a utilizar o, en su defecto, han decidido como puntuarlos de acuerdo a los resultados deseados por él.

Finalmente hay quienes intentan una diversificación de los procesos evaluativos, conjugan en la misma práctica la evaluación, la coevaluación y la autoevaluación, sin embargo no obtienen los resultados deseados, ya que se les dificulta el diseño de los instrumentos que acompañaran cada etapa de la evaluación y, por otra parte, no se concientiza al estudiante sobre la importancia de su papel en cada proceso. Como consideración final, es importante resaltar, como lo plantea Cordeiro (2010):

Hacer menos suposiciones y trabajar más directamente sobre las cuestiones efectivas que se expresan en las situaciones de aula. Lo que debe estar en discusión es la expectativa que la escuela y de los profesores con relación a sus estudiantes (Cordeiro, 2010). 


BIBLIOGRAFÍA.


Souto, M. (2009). Imaginario grupal y formaciones grupales en torno al saber, en Educación: Revista del centro de educación UFSM. Santa María, Brasil (34:3. 437-452).

Camilloni, A. W. de. (1998). De herencias, deudas y legados, en corrientes didácticas contemporáneas. Buenos Aires: Paidos, p.30. 

Basterrechea, Lucia. (2013). Subjetividad en la didáctica de las carreras proyectuales. Grupos de aprendizaje; evaluación. Madrid, España: UBA Centro de estudios en diseño y comunicación.  

Álvarez Méndez, J. M. (2003). La evaluación a examen. Buenos Aires: Miño y Dávila.


Pérez, Míriam 2000. Evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria. Revista pedagógica universitaria, centro de estudios para perfeccionamiento de la educación superior. Universidad de la Habana.

Ramírez, Luis. (2013). La negación de la subjetividad en la evaluación de los aprendizajes. Buenos Aires: Revista de Ciencias de la Educación.




[1] Estudiante de Octavo Semestre, de Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales – Universidad del Valle (Cali-Colombia).